Ella adora volar. Cierra los ojos,
extiende los brazos y entonces siente cómo
el aire sopla con energía, elevando su cuerpo lentamente, meciéndolo con
suavidad, agitando su largo cabello negro. Un aire puro y delicado que huele a
sal y a yodo. Un aire con perfume de mar, de sol, de paz infinita, de tardes de
domingo de verano.
Cuando percibe cómo las puntas de
sus dedos comienzan a empaparse de la esponjosa humedad de las nubes, decide
que se haya lo suficientemente alto. Desde allí, desde su lugar privilegiado
entre nubes, los problemas se ven muy distintos. Mucho más pequeños y por
supuesto insignificantes. Desde allí todo, absolutamente todo, adquiere una
perspectiva muy diferente.
Y las gaviotas, esas curiosas
irremediables, acuden a su lado, ansiosas por jugar a hacer malabares con
ellos, con los problemas. Que convertidos en pequeñas bolitas negras de polvo
oscuro son lanzados arriba y abajo por sus habilidosos picos anaranjados. E incluso
puede que alguna tenga a bien transportarlos hasta la delicada línea del
horizonte que separa ambos mundos, el terrestre y el celestial, dejándolos caer
para perderlos al fin en la inmensidad del mar bajo sus pies.
Porque cuando ella cierra los
ojos y vuela, es libre, completamente libre. Lejos de la escasez, del frío, del
hambre y las discusiones y peleas. Cuando ella vuela tan sólo existen el mar, el
aire y las traviesas gaviotas.
Eso es lo mejor, cuando ya estas agobiado de todo, cerrar los ojos y volar en nuestra inmensa imaginación, olvidandonos de todas las preocupaciones, de todo mal e incluso de tu propio nombre.
ResponderEliminarTe deseo también un fantástico fin de semana. :)
Si aprendemos a encontrar ese pequeño rincón interior es el único lugar que nada ni nadie podrá arrebatarnos nunca ;).
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